29 de marzo de 2024

El llano en llamas: iniciación literaria y palabras que refieren a la violencia (5 de 5)

Por Virgilio López Azuán

La palabra sangre aparece una veintena de veces, ya sea como esparcida por el camino como en el cuento “En la madrugada”, o salida en reguero: “No se supo cómo llegó a su casa, llevando los ojos cerrados, dejando aquel reguero de sangre por todo el camino” (pág. 30); en forma de manadero, como aparece en el cuento “La herencia de Matilde Arcángel”: “Aquella carita que tanto quisimos tantos, ahora casi hundida, como si se estuviera enjuagando la sangre que brotaba como manadero de su cuerpo todavía palpitante” (pág. 52).

También, estilando, como en el caso que aparece descrito en el cuento “La herencia de Matilde Arcángel”: “Y vi un montón de desarrapados montados en caballos flacos; unos estilando sangre, y otros seguramente dormidos porque cabeceaban. Se siguieron de largo (pág. 55). Se manifiesta a chorros en “Macario”: “Y aguantar otra vez que le amarren a uno las manos, porque si no ellas corren a arrancar la costra del remiendo y vuelve a salir el chorro de sangre” (pág. 64).

O en “Talpa” en el caso de la travesía de Tanilo, que se le reventaron los pies hasta que empezó a salírsele la sangre: « “Pero Tanilo comenzó a ponerse más malo. Llegó un rato en que ya no quería seguir. La carne de sus pies se había reventado y por la reventazón aquella empezó a salírsele la sangre. Lo cuidamos hasta que se puso bueno. Pero, así y todo, ya no quería seguir: “Me quedaré aquí sentado un día o dos y luego me volveré a Zenzontla.” Eso nos dijo» (pág. 77).

Volvemos a encontrar la palabra sangre en el cuento “La cuesta de las comadres”, cuando se refiere a Remigio: Yo la iba a necesitar muy seguido y no me hubiera gustado ver la sangre de Remigio a cada rato (pág.  10).

En una obra donde existan tantos personajes, principalmente cuando los pueblos mismos se convierten en personajes, existen personas al límite, en conflictos, que transitan los linderos de la violencia hasta encontrarla frente a frente. En El llano en llamas, existe la violencia física e impacta órganos del cuerpo. Iniciamos con los ojos. Estos órganos son los más nombrados a lo largo del libro. 

Aparece la palabra ojo u ojos, unas cincuenta veces. Se utilizan ejerciendo su función de mirar, ver y observar. Es el órgano con el cual el autor nos deleita con sus metáforas, aunque ese deleite sea un producto del acto de desrealización. Como observador, apreciamos el órgano en esta metáfora del cuento “Nos han dado la tierra”: «Ahorita son algo así como las cuatro de la tarde.

Alguien se asoma al cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y dice:   —Son como las cuatro de la tarde.”» (pág. 81), O en esta otra de exuberante belleza poética: “Y Natalia se olvidó de mí desde entonces. Yo sé cómo le brillaban antes los ojos como si fueran charcos alumbrados por la luna” (pág. 76). En “La madrugada”, mira la gente y los animales: “La vaca lo mira con sus ojos tranquilos, se lo sacude con la cola y camina hacia adelante” (pág. 28). Y en “Luvina”, los ojos miran la desolación: “Todo el lomerío pelón, sin un árbol, sin una cosa verde para descansar los ojos; todo envuelto en el calín ceniciento” (pág. 21).

La función de los brazos en los cuentos es de refugio, ritual o regazo. Veamos este párrafo en el cuento “El hombre”: “El hombre caminó apoyándose en los callos de sus talones, raspando las piedras con las uñas de sus pies, rasguñándose los brazos…” (pág. 17).

Juan Rulfo con sus cuentos dotados de una arquitectura sorprendente nos embarca en su mundo que bien pudo ser el jalisciense de donde era originario o cualquier lugar donde la violencia, el hambre, la soledad y la marginación tienen un espacio de expresión, ya sea como denuncia o acto de memoria de seres impactados por la vida misma.

El autor es escritor y educador

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