28 de abril de 2024

El libro de poemas “El humano esplendor” de Salvador Santana (II)

Escritor y Académico, Virgilio López Azuán

Por Virgilio López Azuán

Aparecen en el poemario, “El humano esplendorde Salvador Santana, poemas partidos que cada segmento intenta ser un poema individual. Hay que leer en varias páginas, trozos de poemas, para crear una imagen holística del pensamiento creador.

Pudo haber sido por la forma de la diagramación del libro, aunque si se analizan como pausas respiratorias entre segmento y segmento de los poemas, principalmente en “Náufrago”, y en ciertos momentos en “El humano esplendor”, se pueden encontrar los campos semánticos con ciertas conexiones, aunque da pie a que haya una bifurcación temática o conceptual en lo intrínseco del poema o los poemas. Se corren riesgos con el uso de palabras extrañas o inexistentes en el idioma. En este último caso rescato unos versos:

“El llanto de mi madre / rechina en la penumbra / conamástica lumbre, / Un inmortal celaje, / La sombra de sí misma / O, / quién sabe” (pág. 70).

Como se aprecia, aparece la palabra conamástica, que no existe en nuestro idioma. Lo atribuyo a un error en el cuidado de la edición del libro u otra razón no especificada, sin vínculos conceptuales. Quien lee la palabra conamástica podría sustituirla por onomástica, pero resulta que esa palabra, en el contexto desarrollado, tiene la capacidad de incomunicar.

Atribuyo también en el libro saltos en la construcción de metáforas que hacen al poemario más profundo de lo que debiera, impidiéndole a veces al lector tascar en los hondones creativos del poeta. No es la incapacidad de profundizar conceptualmente del lector que se juzga en este aspecto.

No. La poesía, sobre todo es un acto de comunicación trascendida, es como una partícula energética, que enciende el multiconcepto estético en los mundos interiores, en los mapas conceptuales y emocionales del lector. Es aquella que conmueve, estremece, altera, inquieta, perturba, sacude, turba, ablanda, afecta, emociona, enternece, impresiona… Pero todo esto se logra, si y solo si, hay esencialmente cuando el poema logra un acto que trasciende lo comunicativo.

Insisto, la poesía se convierte en un acto ético de comunicación trascendente, un acto de creación ético-estético, que necesariamente puede que no tenga que ver nada con la ética o las éticas del propio autor. La ética del poeta, no tiene que ser la misma ética del autor. En el doblaje autor-poeta, el poeta tiene la libertad de crear sus propias éticas.

Si no fuera así, personajes señeros de la literatura universal, hubieran sucumbido en las éticas cambiantes de sus convicciones. En algún momento el autor ha tenido que cambiar o proponer elementos éticos que no forman parte ni de su pensamiento ni de su mapa emocional e íntimo. Todo porque el autor en su doblaje sondea los mundos más inverosímiles, contrastantes y contradictorios que jamás en su reflexión pensó sondearlos. 

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El poema “El humano esplendor”: las ciudades

El poema El humano esplendor”, consta de dos partes: en la primera aparece el poema que le da el título al libro. Todo parece que en él se rezuma todo, los demás poemas; incluso los que aparecen en la segunda parte, solo son partes extensivas, algunos de ellos con identidad y discursos propios. Son fulgores del mismo laboratorio donde se ha cribado la historia de El humano esplendor.

A veces en la obra aparecen “ciudades” en el mismo plano, más la carga de la imaginación y el hondón en los campos expresivos de los poemas, dificulta la utilización de un método organizado para conocer la propuesta. Hay que acudir, necesariamente, a formas mixtas de análisis de métodos o estrategias de tipo inductivo, deductivo, ecléctico, holístico, entre otros.

Siempre es difícil sondear la mente humana, la emisión de sus imágenes ondulantes, intuitivas, automáticas, desde el autor. Recrear esos estados poéticos y además aprehenderlos para sentirlos desde el lector será un acto de comunión creativa. Los estados poéticos del autor nunca serán iguales a los que construye el lector.

En cada lector hay y habrá una creación de estados poéticos diferentes. Incluso, puede que el lector no interprete, recree o aprehenda la simbología del estado poético del autor, y contrario a la construcción de su propio estado poético, construya un acto prosaico, alejado de la cosmovisión e intención del autor.

Analicemos el concepto de “ciudad” concebida como figura o como lecho donde nacen las filosofías. Sí, algunos filósofos piensan y argumentan que la filosofía en sí es producto de la construcción de la ciudad. Se puede decir que “Esta imagen no está escogida al azar. Desde Platón y San Agustín, es clásica la referencia a la ciudad como expresión plástica de una determinada concepción del hombre y del universo” (Aguiar, 2002).

En el caso del poemario de Salvador Santana, es necesaria la conceptualización de “ciudad” para aproximarnos a sus mundos gravitantes en sus poemas. Para Aristóteles, la ciudad era como especie de una multitud de ciudadanos capaces de gobernarse a sí mismos.

No eran necesariamente los muros los que conformaban la ciudad, había que incluir la urgencia de vivir, aunque no es una condición suficiente para la existencia de una ciudad. En la Edad Media y el Renacimiento la ciudad era todo lo que había dentro de las murallas del pueblo, incluyendo la catedral y los obispos, porque era definido como concepto religioso.

El concepto ciudad puede variar, incluso según las leyes de los países y las concepciones de los especialistas, como por ejemplo, las teorías de Kingsley Davis, P. Georges, Max Sorre, Bardet, G., Pöete, Marcel, Sombart, Pesci, R., entre otros, que coinciden en que la ciudad es la agrupación o aglomeración de personas y difieren en sus enfoques, ya sean sociales, políticos, naturales y hasta estéticos, como es el caso de Bardet, G. (1977), que dice que una ciudad es una obra de arte en la que han cooperado generaciones de habitantes al irse adaptando más o menos a lo que existía antes de ellos.

En el imaginario histórico permanece el concepto de muralla para definir la ciudad, dado que era necesario, por seguridad, construir un límite físico o imaginario para proteger la población. Así surgen las historias de grandes ciudades de la antigüedad, como la Mesopotamia. En este caso, los ríos que la bordeaban servían de límite en su espacio vital como conglomerado.

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En El humano esplendor, los límites de la “ciudad” o las “ciudades”, en el mundo simbólico que maneja el texto, son vulnerables, son atravesados por el poeta con facilidad, como si antes había habitado esos límites. En esas ciudades donde ahora el poeta tiene residencia es “como un recién nacido inerte” (pág. 37).

La denominación de “ciudad”, al espacio donde se desarrolla el drama poético, no viene de forma arbitraria, viene del mismo poema, cuando el autor lo identifica: “La ciudad es un burdel / fosa de los ventrículos” (pág. 30) o en otros versos subsiguientes en que aparece esta palabra.

En ese espacio llamado “ciudad”, según Cassirer, como citó (Petit, 2014) el hombre no solo vive en el universo de los hechos, sino en un universo simbólico, que crece en la medida en que lo hace el lenguaje, el mito, la religión y el arte. De hecho: “La ciudad es el objeto en que los sujetos se representan: una realidad que es captada, comprendida y mostrada de diversas maneras, según la cultura y los intereses que entren en juego”.

Conceptos como estos fueron manejados por Eugenio Trías (1942-2013) cuando filosofaba acerca de la Razón Fronteriza. Eso podría ayudarnos en nuestro análisis en la descarga poética con signos herméticos, a veces con difíciles interpretaciones. (CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO). El autor es escritor y educador.

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