26 de abril de 2024

Pena, tristeza y tristumbre: una mirada desde el análisis literario (5 de 5)

Por medio del arte se conocen los caminos de los sentimientos humanos y esa es una de las importantes facetas que debe dominar todo escritor, todo artista

Por Virgilio López Azuán

La tristeza puede ser un elemento más del espectro, del tránsito donde los sentimientos viajan y se van expresando. Hay personas que son capaces de pasar del llanto a la risa con una facilidad que pasma. Otros, no son capaces de trascender esos estados.

Quizá el teatro en su concepción más completa de ese arte, obra-actuación, es donde se puede apreciar estas transiciones con más facilidad. El teatro no exagera si no hay sobre actuación, el teatro revela los tránsitos de los sentimientos que necesariamente no son de tipo hiperbólico. Por medio del arte se conocen los caminos de los sentimientos humanos y esa es una de las importantes facetas que debe dominar todo escritor, todo artista.

Saber dónde están los límites, cómo se puede fluir y retratar esos sentimientos para hacerlos florecer. Necesariamente no tiene que generar iguales estados en el lector como lo hace con la tristeza la obra María de Jorge Isaac o que provoque sensación de frío como las narraciones de la estepa siberiana de Julio Verne. No, es tanto así, es que logre simplemente conmover al lector, eso es suficiente, digamos para iniciar.

Muchos sentimientos humanos tienden a ser maravillosos. Eso depende como dominemos la magia de moverlos, de trascenderlos y alcanzar conscientemente a través de ellos estados esenciales de plenitud. No es que venzamos la tristeza dándole de un lado para apartarla. No, ella nunca se apartaría, ni la soledad, ni la alegría, ni el odio, ni la pasión, etc. Todo es como un compost, es una mezcla que en estado de armonía nos conducen a estados subliminales u horrendos.

Enigmas de los sentimientos

Los sentimientos humanos siempre tendrán enigmas indescifrables, capaces de hacernos mover, actuar o expresar de diferentes maneras. Esos enigmas son los que los artistas aprovechan para producir obras con altos niveles estéticos. Si en la obra de arte no subyace un enigma, seguro que no habrá alcanzado los niveles artísticamente deseados, creo que de manera parecida se ha referido León Tolstoi en algunos de sus ensayos sobre el arte.

En ese sentido, la tristeza o la pena tienen sus sentidos ocultos que mutan y trasmutan. Eso es lo que hace al ser humano un ente complejamente maravilloso. Eso no se da en otras especies, por lo menos en la magnitud que se da en los humanos.

Si nos remontamos a literaturas antiguas la tristeza era más dimensionada como sentimiento humano cuando ésta era sufrida por los gobernantes de carácter monárquicos y faraónicos. Para que un pueblo se sumiera en tristeza colectiva solo bastaba que estuviera triste la princesa.

Se sentía más que la tristeza del rey, del papa u otra autoridad. De ahí que cientos de historias se tejieron en torno a ese tema. Todavía perviven en mi memoria los versos de Rubén Darío: “La princesa está triste…, / ¿Qué tendrá la princesa?”, poema que fue capaz de encantar a generaciones, hasta personas que tenían actitudes antimonárquicas, porque Darío fue diestro en interpretar ese mito creado en torno de la tristeza de los monarcas. 

La tristeza como manipulación

La tristeza se ha utilizado para la manipulación personal y social. Personajes de la historia la han esgrimido para fines malsanos. Se ha jugado con la pena y la tristeza de la gente para lograr indulgencias que con otro pretexto no se lograrían. Muchos se hacen las víctimas de las circunstancias y les han sacado provecho a eso.

Han sobrevolado los páramos de la tristeza y la han convertido en compasión, porque la pena, la tristeza y otros estados se pueden convertir en compasión o en conmiseración en terceros. Y es que el ser humano en su estructura mental y espiritual es tan complejo y versátil que se producen situaciones inenarrables, como esta que me contaron en mis tiempos de niñez. La historia que contaré tiene como objetivo demostrar hacia donde transitan el alma y los sentimientos humanos: 

 “Un señor violó y asesinó a una niña de cuatro años. Le retorció el cuello, le rasgó las vestiduras, la apuñaló, penetró sus partes íntimas, y toda ensangrentada la dejó tirada en una acera, dándose a la huida. Eso conmocionó al pueblo, turbas de personas se armaron para buscarlo. No importaba que se metiera debajo de las piedras, allí lo matarían. La policía también salió en su búsqueda y lo encontró primero que la multitud. Indignados los agentes llevaron al hombre a la plaza donde estaba todo el pueblo. Todos pedían que lo mataran, que un criminal así no debiera ni siquiera estar preso. Bueno…, decidieron darle un castigo con saña para vengar el horrendo crimen de la niña. Lo colocaron en una tabla a ras de suelo y con un machete empezaron a descuartizarlo pedacito por pedacito. Le cortaron el primer dedo de un golpe y lo exhibieron, y el hombre gritaba, y en el público se sintió una algarabía, un júbilo. Luego le cortaron otro dedo y otro y otro… y el hombre era todo dolor y gritos al cielo. Le amputaron una pierna y la apartaron y el júbilo de la gente se fue apagando casi por completo. Cuando le fueron a picar la otra pierna el público que ya era todo silencio había olvidado la muerte cruel de la niña y empezaron a tener conmiseración con el hombre y mandaron a suspender ese tipo de castigo.”

Como se aprecia el hecho narrado en la historia hizo que todo el colectivo, variara en pocos minutos su estado de odio al de piedad, dos estados diferentes, dos estados extremos. Se parece al caso nombrado por algunos filósofos y metafísicos de que el sí y el no están tan unidos que a veces se confunden.

Es como la simbiosis del bien y el mal. Entonces, no habría tristeza si no existiera la alegría. Es como la ley de los opuestos, tanto se rechazan que llegan a unirse. Es parecido al dicho que conocemos que: “El odio trajo el amor”. Ese es un verdadero ejemplo de sabiduría popular.

Los estadios de tristeza en la presencia humana deben conocerse para poder manejarlos. No es suficiente decir: “Ya no voy a estar triste”, porque con eso se logra poca cosa, aunque el reconocimiento del estado supone un proceso de cambios. Eso es positivo.

En fin, parece que nadie debería mortificarse por la pena o la tristeza que, conociéndola, manejando sus esencias y ser capaz de transmutarla, se puede salir del camino que conduce a otras estaciones donde los sentimientos y las emociones pueden provocar desastres.(FIN) El autor es escritor y educador.

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