28 de abril de 2024

Se ha perdido el crepúsculo, el sol de los muertos

Escritor y Académico, Virgilio López Azuán

Por Virgilio López Azuán

El sol de la tarde se va. Se divisan los amarillos, de claros a anaranjados. Se asoman los rojos, brillan los blancos, salen lanzas flamígeras y se dibujan mapas imperdibles, misterios y arreboles. Todo se fragua en el límite soñado del día y de la noche, “al borde, siempre al borde”.

En ese espacio de taquicardia, donde la sangre se le rebela al ser y dispara al cielo sus matices: ese es el crepúsculo. Una tarde lo sentí perdido, fugado hacia regiones abisales, donde el recuerdo era un adiós lleno de nostalgias. La palabra crepúsculo andaba huyendo, salía de los bordes del lenguaje, sin dejar rastro, sola, en ese recodo del misterio llamado el sol de los muertos.

El crepúsculo es una grieta, una escisión que separa los contrarios. Según cuenta Frazer, Sir J. G., en su libro La rama dorada (Octava reimpresión, 1982), en la mitología irlandesa al rey de Ulster le estaba impedido varias cosas.

Ejemplo: ir a la feria de caballos de Rath Line entre los jóvenes de Dal Araidhe; escuchar los cantos de las bandadas de pájaros de Linn Saileach después de la puesta del sol, y beber del agua de Bo Neimhidh entre dos luces o en el crepúsculo. No tendrían mala suerte o desgracia, vivirían noventa años sin conocer achaques —y obtendrían cosechas abundantes con estaciones favorables— si los reyes de Irlanda cumplían de forma estricta con las costumbres del reino. De no hacerlo habría hambre, plagas y malos tiempos. Muchos rituales se hacían a la hora de los crepúsculos, se hacían conjuros y adoraciones.

También, ha de recordarse la leyenda de Merlín al momento de enterrar al sol en Mont Tombe; en Occidente cayó herido el rey Arturo, donde fue curado por el hada Morgana, o la famosa estratagema de Indra, cuando jura que ni de día ni de noche matará al demonio Namuni, sino que lo harán entre dos luces, de madrugada, según se cuenta en el Diccionario de los símbolos de Juan-Eduardo Cirlot (1992, pág. 151).

Todo lo ligado a la muerte o al final de las cosas, siempre ha sido fuente del misterio. La mirada al crepúsculo apasionó a poetas y filósofos. Es fragua para la poesía y la contemplación. Ante el espectáculo celeste tanto del amanecer como del atardecer, cualquier persona sensible tendía al arrobamiento. Los poetas líricos y románticos encontraron en este una fuente, el oráculo de metáforas que soplaba al oído los versos. Pero todo ha cambiado. Quedé pasmado ante una pregunta en varias secciones de mis estudiantes universitarios.

Una pregunta en el aula

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En la primera sección: Eran más de treinta estudiantes universitarios en el aula, de la carrera de Educación. ¿Qué es el crepúsculo?, les pregunté. Se miraron unos a otros, buscando la respuesta en otros rostros, en otras voces. Pero nada, el silencio impuso su sentencia de palabras clausuradas. Nadie respondió, solo una mano tímida se levantó desde las trincheras de la nada y dijo uno: ¿Es lo que le dicen el sol de los muertos? Respondió con otra pregunta, no estaba seguro.

Ciertamente, al crepúsculo de la tarde se le denomina o denominaba en muchas comunidades dominicanas, como el sol de los muertos. Otro estudiante dijo que a eso le decían luna de sangre. Volví a repetir el experimento en otras secciones y de 126, solo 4 respondieron medianamente. En ningún caso dijeron que ese fenómeno sucedía tanto en la mañana como en la tarde.

En la mitología cántabra (España), bien compilada por Manuel Llano, investigador español de principios del siglo XX, al referirse al sol de los muertos, se aludía al sol último de la tarde. Era el lugar donde enviarían a los difuntos y se creía que era el momento en que los muertos regresaban a la vida.

El crepúsculo en versos

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En los pobladores del sur dominicano, en las voces de la calle, escuché decir algunas veces la palabra crepúsculo. En tanto, muchas veces sí escuché la frase, el sol de los muertos. Sin embargo, en mis lecturas de poemas, principalmente los líricos y románticos, el vocablo crepúsculo se utiliza como elemento simbólico para referirse al ocaso, al final de la vida, de los amores y las cosas.

En el poemario Veinte poemas de amor y una canción desesperada, del Premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda, la palabra crepúsculo es utilizada en 11 ocasiones. Veamos algunos ejemplos: “En su llama mortal la luz te envuelve. / Absorta, pálida, doliente, así situada / contra las viejas hélices del crepúsculo / que en torno a ti da vueltas” (Poema 2). // “Te recuerdo como eras en el último otoño. / Eras la boina gris y el corazón en calma. / En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo. / Y las hojas caían en el agua de tu alma” (Poema 6). // “Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos” (Poema 6). // “Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos” (Poema 18).

Por muchas razones, sin duda alguna, el libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda ha sido uno de los más difundidos y populares del autor. Si les he preguntado a más de cien estudiantes universitarios el significado de crepúsculo y no me han contestado; entonces, o no han leído ese libro o conocen poco a ese autor.

La palabra aludida aparece 11 veces en el poemario. Al leer al poeta, los estudiantes, por curiosidad, ¿se han preguntado por su significado?, ¿tienen por disciplina indagar para ampliar su léxico?, ¿acaso Pablo Neruda desapareció de una vez por todas de las aulas de pregrado y grado de la República Dominicana? Y los docentes, aunque sea por interés cultural, ¿conocen a Pablo Neruda? ¿Qué importancia tiene conocer tal o cual poeta? Pararé aquí, de no hacerlo, me convertiré en un arsenal de preguntas.

Algunos lectores dirán que los poemas de Pablo Neruda no forman parte del contexto emocional de los estudiantes de las últimas décadas. Puedo entender, porque eso de que “Me gustas cuando callas, porque estás como ausente. / Y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. / Parece que los ojos se te hubieran volado / y parece que un beso te cerrara la boca”.  Eso tá pasa ‘o para ellos, en medio del runtuntún y el popopó de hoy. ¡Claro! Como si el arte y la cultura en la memoria de los pueblos fuera una moda.

Se puede juzgar que esos versos ya no generan espacios sensibles en los lectores. Puede ser. Todo evoluciona, todo pasa. Parece que le llegó la hora. Tristemente ya Neruda pasó. ¿Fue producto de una catarsis emocional latinoamericana en una época en que se fundieron ideas del romanticismo, las corrientes de vanguardias y los efectos del pensamiento socialista o comunismo europeo y chino?

Y es así, todo pasa. La sentencia de los olvidos llegó a las escuelas, se llevó a los poetas. ¿Qué recordarán nuestros estudiantes cuando pasen los años?

El crepúsculo en algunos poetas

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Quizá acercarnos a la poesía de algunos autores podría incidir en que, crepúsculo, no se convierta en una palabra muerta. En unas lecturas a Jorge Guillén (España, 1893-1984), en el poema “Tarde mayor”, se leen estos versos: “Esos árboles próceres se ahíncan, / dedicando sus troncos al cenit, / a un cielo sin crepúsculos de crimen”. Unos versos del poema “everness” de Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986): “Ya todo está.

Los miles de reflejos / que entre los dos crepúsculos del día / tu rostro fue dejando en los espejos / y los que irá dejando todavía”. Este autor nombra los dos crepúsculos del día, el del amanecer y del atardecer, encontrando miles de reflejos en los espejos.

Pero vayamos a los versos de César Vallejo (Perú, 1892-1938), específicamente en uno de sus poemas más leídos, “Trilce”: “Oh, escándalo de miel de los crepúsculos. / Oh estruendo mudo”. ¡Qué decir de esos versos! Con una factura estética de alto nivel: metáfora, sinestesia y  oxímoron. Todo junto.

¿Qué decir del poema “Yo soy aquel”, publicado en el libro Canto de vida y esperanza, de Rubén Darío, (Nicaragua, 1867-1916)? Veamos: “Tal fue mi intento, hacer del alma pura / mía, una estrella, una fuente sonora, / con el horror de la literatura / y loco de crepúsculo y de aurora”.

Federico García Lorca (España, 1898-1936), uno de los poetas más influyente en la cultura poética de la Lengua Española, en su obra completa incluye cerca de 50 veces la palabra crepúsculo en sus versos. Un ejemplo aparece en el poema “Leñador”: En el crepúsculo / yo caminaba. / « ¿Dónde vas?», me decían. / «A cazar estrellas claras». Y en su libro en prosa Impresiones y paisajes, nombra la palabra unas 20 veces.

Ejemplo: “El cielo comenzó a componer su sinfonía en tono menor del crepúsculo. El color anaranjado fue abriendo sus regios mantos. La melancolía brotó de los pinares lejanos, abriendo los corazones a la música infinita del Ángelus…”

Por simple curiosidad, en la novela Cien años de soledad de Gabriel García Márquez (Colombia, 1927-2014), la palabra crepúsculo está contenida en el texto, 8 veces. Les dejo un párrafo: “La noticia de que Amaranta Buendía zarpaba al crepúsculo llevando el correo de la muerte se divulgó en Macondo antes del mediodía, y a las tres de la tarde había en la sala un cajón lleno de cartas”.

Como se aprecia, en autores del siglo XX, la palabra crepúsculo forma parte de su vocabulario estético, prevalece como metáfora, asombro, ocaso o pulso emocional. Pero, por la experiencia citada —en mis labores como docente universitario— aprecio su desuso, en el léxico de los estudiantes.

El crepúsculo siempre estará ahí, por la mañana y al anochecer —aunque no miremos al cielo para verlo— cada día con tonos diferentes y múltiples formaciones en el espacio celeste, cada vez con más misterios. Pertenezco a la generación de los que todavía se asombran al ver ese prodigio natural como espectáculo de luces, colores y matices.  El autor es escritor y educador.

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